Manuel Quaranta, Licenciando en Filosofía, docente en la
Universidad Nacional de Rosario, escritor, provocador, ilusionista, persigue
las búsquedas infinitas del hombre, - el afecto y el reconocimiento-, en el sinuoso sendero donde se camufla lo
verdadero de lo falso.
Por Marcelo Chapay
Un
bar en la plaza Dorrego, de San Telmo, es el marco adecuado para una charla
que, en algún momento, uno se permite dudar si ocurrió. Sillas y mesas de
maderas, que llevan inmutables los nombres de los parroquianos, entre promesas
de amores tan eternos como la llegada de la primavera porteña o una fecha
ilegible.
Coemu
entrevistó a un joven rosarino que hizo de la incertidumbre una herramienta de
la elocuencia. Se trata de Manuel Quaranta. La
excusa de la conversación fue la presentación de su primera novela, titulada La muerte de Manuel Quaranta.
“Al escribir sobre mi propia muerte, de alguna
manera, le gané o al menos le empaté a la muerte. Me imagino cuando me muera y
en la vidriera de las librerías mi novela aparezca como una premonición. Ya
está. Quedó algo. Al menos, una profecía”.
Una
de las preocupaciones constantes que aparecen en la charla es el de la ausencia
de demarcación: “¿Cuál es el límite entre lo que es arte y no es arte, el
límite entre la realidad y la ficción, ni yo lo sé, y asumo esta postura de farsante,
que oscila todo el tiempo entre lo verdadero y lo falso. Mi libro es un
milagro, la antinovela, donde aparecen voces, registros, que llevó a una amiga
a decirme: parecés esquizofrénico, pero no lo sos.”
Quaranta
escribió su obra durante 20 años: “Es la continuación de una broma por otros
medios”, afirma, y agrega: “La obra atraviesa los diversos Quarantas que fui a
lo largo de mi vida, desde el gordito tímido que de adolescente no se animaba a
hablarle a una chica, al que sostiene disputas con María Kodama. Una disputa
ficticia, pero que me permitió experimentar con los medios y las redes
sociales”.
“El
libro es una retrospectiva entre los que fui y los que voy a ser, pasando por
el que soy. Tuve que inventarme una genealogía, una trama histórica,
porque yo no tuve, como decía Jorge Luis Borges, un
acontecimiento capital en mi vida como lo fue para él la biblioteca de su
padre. La discusión ficticia con Kodama y su equipo de asesores legales me
favoreció, me beneficio fuertemente porque adquirí un vuelo de difusión
impensado cuando en una carta documento apócrifa, me solicitaban que dejara de
imitar la imagen, la figura y, sobre todo, el estilo de Jorge Luis Borges.”
Corromper
el sentido somún
La
charla derivó en su profesión de filósofo, y, en cuanto a la cuestión
existencial, aseguró que “siempre es excluyente el sentido común, tenemos que embarcarnos como sociedad en corromper el relato del sentido común, que
toma los discursos y los trasladan a las ideologías. Por ejemplo, lo primero que se piensa cuando decís
inseguridad, es en un robo, pero no piensan en las otras inseguridades, como
por ejemplo, en un obrero de la construcción que se cae del andamio y carece de
cobertura. Ese discurso hace invisible las otras inseguridades.”
“En
la educación, el problema lo corporiza
el cuerpo docente, que está desfasado, el mundo cambió en los últimos 20 años y
el educador aún no se actualizó y tarda en percibir los cambios. Se estigmatiza al joven, que no lee o no se
interesa, pero es el docente quien carece de herramientas para generar una
clase atractiva y que los estudiantes se sientan contenidos y gratificados.
Estamos desconcertados en cuanto a generarles, nuevamente, un deseo. Y somos
incapaces de adaptarnos a la tremenda
transformación que generó la tecnología y, al mismo tiempo, me incomoda la
demonización de jóvenes y adolescentes”, advirtió Manuel Quaranta.
Al
final de la entrevista, antes de atravesar la plaza donde una pareja bailaba
tangos para el turismo internacional, coincidimos, antes de despedirnos, en
rescatar a Juan José Saer, cuando en la "Elegía a Pichón Garay",
sentenció: "Bienaventurados/ los que están en la realidad/ y no confunden
sus fronteras". ¿Si la realidad confunde, la ficción ordena?
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