Hace 44 años, un día como hoy, nos jugábamos la vida para obtener
la gran nota periodística del siglo XX. Después de 17 años de exilio, aquel 17
de noviembre de 1972, el general Juan Domingo Perón volvía a la Argentina, en medio de
un despliegue militar jamás visto
Entre tanto, entre los que hacíamos guardia, el rumor generalizado era que Perón volvía a morir en su tierra
Por Jorge Joury(*)
Había
mas de 30 mil hombres, tanques, caballería blindada, infantería, un cerco
blindado. Todo, alrededor de Ezeiza al mando del general Pomar, un militar
democrático. Por eso no hubo heridos ni muertos. El general Alejandro Agustín
Lanusse, que por entonces manejaba los destinos del país, sabía que la vuelta
del peronismo al poder tarde o temprano era cosa juzgada. La cartilla de
proscripciones estaba agotada y no le quedaba otra salida que abrirle las
puertas del país al viejo general. No obstante, se la quería hacer difícil.
Por aquel entonces yo hacía mis primeras armas
en el periodismo en el legendario diario Crónica, una suerte de desprendimiento
de Crítica, de cuyo propietario, Héctor Ricardo García se decía que era peronista.
Tal vez la mayoría lo sospechaba por la frase que aún acompaña al logo:
"Firme junto al pueblo". Pero en los corrillos de la redacción, los
secretarios aseguraban que García era radical, pero que se había subido al
caballo del peronismo, para vender más diarios. La gente estaba ávida de
lectura y se agotaban día a día 750 mil ejemplares en las tres ediciones.
El día anterior a la llegada del líder
histórico, García nos había convocado a todos los que haríamos la cobertura.
Eramos más de 30, entre fotógrafos y periodistas, diseminados en zonas
estratégicas de maneral tal de no perdernos detalles."Quiero hasta el
último dato, pero no se pasen de la raya. Ojo con los militares. No quiero que
dañen a ninguno de ustedes", dijo el director.
Así
fue como aquella mañana lluviosa salimos de la vieja redacción de Riobamba y
Sarmiento, en un Fiat 1600. Ibamos en su interior, el gallego Fernández Burgos,
uno de los fotógrafos estrella, el chofer y yo. Gambeteamos como pudimos por
los caminos de tierra a los retenes militares. Pero no estábamos solos.
Miles
de personas se desplazaban a pie hacia el aeropuerto al grito de "Perón
vuelve". A las 11 de la mañana el denominado charter del retorno, que
había partido del aeropuerto de Fiumicino, en Italia, puso un pie en tierra
firme y la multitud explotó en las terrazas al ver descender a Perón. Con una
sonrisa de dos plazas, ubicó rápidamente bajo el paraguas del por entonces
secretario general de la CGT,
José Ignacio Rucci.
Los
militares estaban aterrorizados y confundidos.
Temían que la situación se les fuera de las manos. A tal punto, que mantuvieron
a Perón prácticamente preso en Ezeiza
hasta las 6 de la mañana del día siguiente. El gobierno lo negaba, pero no lo
dejaban salir.
Cerca de las 10 de la noche se nos hizo saber a través de sus
voceros que el general quería irse a su casa. Hubo preparativos y hasta
cargaron valijas en un auto. Cuando se abrió
la puerta de la habitación y apareció Perón, un oficial de policía le
puso un arma en la cabeza y le dijo "de aquí no se va nadie.
Mientras
esto acontecía, en los pisos superiores del edificio, frente a la puerta del
hotel se encendieron los reflectores y la aeronáutica movilizó dos cañones
antiaéreos. Los militares querían marcar
la cancha, pero Perón hacía todo lo posible para demostrarles que no les temía.
Entre tanto, entre los que hacíamos guardia frente al por entonces Hotel
Internacional, el rumor generalizado era que Perón volvía a morir en su tierra.
El mismo había asegurado a principios de aquel año: "si voy a ejercer el
gobierno como se debe, no creo que dure seis meses".
En honor a aquella mañana, hoy se celebra el
Día del Militante. Perón volvió en aquella jornada lluviosa que aún guarda
secretos sin revelar, en un vuelo charter de Alitalia. Llevaba el nombre y aura
de un genio romático, "Giuseppe Verdi". En aquellas terrazas un
pueblo gastado y empobrecido en casi 20 años de sangrientos gobiernos
militares, regidos por sables y bayonetas, enronquecía sus gargantas.
Quería
volver a ser escuchado. Perón sabía que se moría y le quedaba poco tiempo para
reparar el daño de la falta de libertad. Su esposa, Isabel Martínez estaba al
tanto del deterioro físico, al igual que su oscuro secretario privado y dueño
de una ambición sin límites, José López Rega. Lo apodaban el "monje
negro". Era propenso al espiritismo y el diálogo metafísico con los
astros. A tal punto que le había dicho a Peron que Evita podía reencarnarse en
Isabel.
López
Rega era tan dañino, que ya había empezado a desgastar la imagen de Héctor J.
Cámpora, el delegado de Perón en la Argentina y futuro candidato a presidente.
Cámpora sabía que Perón tenía corta vida, al igual que los médicos que lo
atendían, los españoles Francisco Flores Tazcón, artífice del casamiento con
Isabel y el urólogo Antonio Puigvert, que lo había operado de un cáncer de
próstata en 1964 y lo había vuelvo a ver en 1971 y sus colegas argentinos Pedro
Cossio y Jorge Taiana, quien reveló que la enfermedad cardíaca de Perón se
inició el el tercer trimestre de 1972.
El
rumor también había llegado a oídos del dictador Lanusse. Se sabía que Perón
sólo tenía por día solo cuatro horas de actividad plena y después debía
abocarse al descanso. Montoneros, por entonces el brazo armado del movimiento,
también estaba al tanto del deterioro físico del general. No obstante, con sus
77 años cumplidos, Perón bajó exaultante por la escalinata de aquel avión.
Detrás de él descendieron 153 personalidades de las artes, las ciencias, el
deporte, el pensamiento, el derecho y la política.
Eran una suerte de escudo
humano ante el temor justificado de que se hubiera planificado un atentado
contra su vida en pleno vuelo. Entre esos acompañantes estaban los cuatro
últimos presidentes del siglo XX, Cámpora, Raúl Lastiri, Isabel y un joven
político riojano, Carlos Menem. También viajaron la ex ministro de Seguridad,
Nilda Garré, por entonces dirigente de Montoneros, Leonardo Favio, Antonio
Cafiero, el cantante Hugo del Carril, el padre Mujica, que sería asesinado dos
años después por la ultraderecha encarnada en el gobierno de Perón y Guido Di
Tella, canciller de los 90 de Carlos Menem.
Perón venía dispuesto a todo con tal de echar
raíces en su tierra. Nos enteramos entonces que antes de tocar suelo argentino,
repartió algunas pistolas entre pocos elegidos y puso una en su cintura.
Después de las horas de incertidumbre en medio del cerco militar impuesto en el
hotel de Ezeiza, como a la media mañana, partió hacia la casa de Gaspar Campos
1065, que le había comprado el Partido Justicialista. Allí intento hablar ante
nuestra insistencia, desde el balcón del primer piso.
"Muchachos, todavía
no me saqué los botines", se excusó sonriente para que lo dejáramos
descansar. Por detrás, apareció López Rega y la habló al oído. Entonces, el
viejo general levantó su mano y nos saludó sonriente. Dio media vuelta y se
fue. Por la tarde, hubo una suerte de 17 de octubre en Vicente López. Otra
marea humana fue a rendirle tributo. Eran miles de jovenes y de viejos, que le
cantaron, lo arrullaron y velaron su sueño. La guerra había terminado. Pero
lamentablemente, aquello era un espejísmo. Luego la esperanza se ahogaría entre
la frustración y la sangre.
*Jorge
Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP. Desempeñó
tareas en los diarios CRÓNICA y CLARÍN. Fue secretario de redacción de EL DÍA
de La Plata, secretario
general de LA RAZON.

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