A sus casi cincuenta años, María Tarsia es maratonista desde los treinta. Encontró
en su rutina la manera de progresar y superarse, con su motivación principal: su
hijo Braian, quien es autista. Participó
en carreras como el cruce de los Andes y otros maratones importantes. En esta entrevista
a COEMU Digital contó detalles de la actividad y afirmó que con este deporte salió de la
depresión
Por Macarena Pereyra
María Tarsia salió de la pista
de atletismo al mediodía, luego de otra cansadora pero esencial vuelta
sobre el Velódromo Municipal del Parque Eva Perón, ubicado en Lanús Este. Botella en mano recibió a COEMU Digital y se dispuso a contar su historia.
Con una sonrisa impregnada en su rostro, saludó a todos sus compañeros del parque, especialmente a Pedro, su
entrenador. “Yo
todo esto se lo debo a él, que fue como un
ángel que apareció en la vida y me guió para que yo pueda seguir haciendo lo que me gusta, correr.
Con el tiempo aparecieron las carreras más largas”, expresó.
Después de pasar por hándball y vóley en
el colegio, y luego de recibirse años
más tarde como profesora de Gimnasia localizada, descubrió su pasión por este
deporte. “Empecé a venir al velódromo en el año 1995, me trajo una amiga y arrancamos con la
bici, daba de treinta a cuarenta vueltas en la pista. Ella siempre me insistió
para correr”, contó, y agregó: “yo le decía que estaba loca porque fumaba un
paquete de cigarrillos por día, por la depresión misma que tenia con la
enfermedad de mi hijo estaba mal, pero no dejé de hacer cosas”
Después de tanto insistir, su amiga le
ganó por cansancio y finalmente comenzó a correr por primera vez en la pista
más grande del velódromo. Después de 100 metros los dolores comenzaron a
hacerse notorios como el dolor en el pecho y la falta de oxigeno. “Ahí fue cuando reaccioné,
como toda la vida había hecho deporte y verme en ese estado me daba pena. Ese mismo
año corrí la carrera de Lanús de 4km, que no lo podía creer, parecía que había
corrido meses. Empecé a dejar el cigarrillo, el cuerpo me lo rechazaba”, afirmó Mari, como le dicen sus amigos y familia.
Con el tiempo vinieron carreras más largas,
pero la cúspide llegó con la competencia del Cruce de los Andes. “Cada carrera
tiene su enseñanza, es única y diferente. En mi caso mi motivación fue siempre
Brian, porque en él se vieron los progresos”, reveló.
Entusiasta y luchadora, con la frente en
alto ella logró encontrar en este deporte una manera de vida, con su
motivación principal que es su hijo. “En ese mismo año que mejoré mi hijo aprendió a
comunicarse, pudo dejar los pañales, porque yo estaba mejor predispuesta, fue
como una cadena”, finalizó con satisfacción.
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