La ribera del Rio Matanza –
Riachuelo supo ser un lugar que recibió y brindó espacio a los inmigrantes de
varias colectividades, pero todas ellas se fueron conglomerando en Dock Sud.
Gracias a la cercanía al puerto de Buenos Aires, y a los conventillos que
abundaban en la zona permitieron que poco a poco fueran llegando personas de
diferentes partes del mundo para instalarse. Relatos y crónicas de un hito
histórico.
Por
Evelyn Fariña
Entre los representantes de los
pueblo del mundo que decidieron quedarse a vivir en Avellaneda, más
precisamente en Dock Sud, se encuentran los Caboverdianos. Este grupo de
inmigrantes provenientes del archipiélago de 4033 km2, que está
compuesto por diez islas y ocho islotes, decidió desembarcar en esta ciudad que
los cautivó.
La
mayoría de los Caboverdianos habían llegado solos, en algunos casos lo hacían a
través de los ballenatos noruegos que tenían como destino los puertos del
Atlántico Sur. Como los viajes eran tan largos, desembarcaban en el puerto de
Buenos Aires para provisionarse pero algunos de ellos directamente se quedaban
en esta ciudad para buscar trabajo y luego mandar a buscar a sus familias. Sin
embargo algunos de ellos venían solos, sin su familia.
A
causa de que había inmigrantes solos, que no tenían a quién recurrir en caso de
alguna necesidad, a Vicente Costa se le ocurrió fundar una asociación Socorro
Mutuo Unión Caboverdiana el 13 de agosto de 1932. Luego de una anécdota
solidaria, donde tras la muerte de un hombre que había llegado sólo a la Argentina
desde Cabo Verde y no tenía quién se hiciera cargo de los gastos de la
sepultura, decidieron hacer una colecta y crear esta asociación para ayudarse
entre los compatriotas.
Esta
anécdota narrada por Adriano Rocha, que decidió venir a vivir a la Argentina el
30 de septiembre de 1947 para reencontrarse con su mamá, quién había abandonado
Cabo Verde cuando su hijo tenía 14 meses, lo había dejado al cuidado de su
abuela y su hermana.
Esconderse en el barco
Con
tan sólo 18 años, Rocha quería escapar del gobierno colonial que dominaba su
país y conocer a su madre. Logró conseguir trabajo en los barcos, donde tenía
que aprovisionar las naves, allí aprovechó un descuido de los guardias y se
escondió dentro del barco. No era una tarea sencilla esconderse sin ser
descubierto, de modo que no sólo lo bajaban del barco o volvían en el caso de
encontrarlo aguas adentro, sino que debía cumplir una condena en prisión de 60
días.
Adriano
relató cómo fue que logró esconderse en el barco: “Me metí y un estibador me
dijo ¿Dónde vas? Mira que dentro de un rato te van a ir a buscar. Yo me metí
igual y me quedé pensando lo que me quiso decir, entonces cambie de lugar, fui
a otro lado, atrás de unas chapas, hice un hoyo y me enterré. Me acosté como si
fuera una sepultura, y me empecé a cubrir de carbón dejando solo la cara
afuera, pero no mirando hacía donde estaban ellos.”
Cuando
terminaron de completar el carguero donde traían jeeps, ambulancias, camiones,
armas de guerra, pasaron el guardia de prefectura y el jefe de cubierta con
linternas para asegurarse que no haya nadie. Adriano había cerrado los ojos
para que no lo vean, y así pudo realizar su viaje. Todavía recuerda esas
importantes palabras que dieron inicio al viaje “It´s nothing” (no hay nadie).
“Se
fueron y taparon la escotilla con carbón. Ahí estuve 25 horas más o menos,
tenía dos limones y una naranja, que me había agarrado de la cocina del barco.
Tenía mucho calor, mucha sed y fui a la cocina a tomar agua, quemaban las chapas y los caños”,
recordó Adriano, quién narró con nostalgia su viaje hacía el reencuentro
con su madre.
Y
el caboverdiano continuó: “Cuando fui a tomar agua me encontró un tripulante de
Jamaica, lo salude y no me contesto. Fue y miro proa y popa, volvió y me
preguntó cuántos éramos. Cuando le dije que era yo solo me dijo que vaya a
esconderme, porque si me encontraban en
el barco iban a volver para dejarme y me metían preso 60 días. Volví a
esconderme y al rato apareció con una jarra de agua y una fuente con bifes, rodajas
de remolacha y papas. Me dio y me dijo que vaya a comer escondido. Entonces yo
comí y tomé agua, y él después vino y retiro las cosas. Era un compromiso para
él”. Era la primera vez en su vida que Adriano comía bife de chorizo, y siempre
recuerda ese momento.
Sin
embargo, cuando se hizo el cambio de guardia, Adriano no tuvo la misma suerte,
lo descubrió otro tripulante, también de Jamaica pero a diferencia del anterior
que lo ayudo, éste realizó un escándalo. Empezó a gritar “jodido polizón a
bordo” y llamó a los guardias.
Adriano
continuó con el relato: “Llamaron al capitán, era un hombre gigante que si me
daba una piña me tiraba al agua, pero no me dijo ni hizo nada, solamente me
pregunto mi nombre. Mando a llamar al telegrafista, miro cuantas millas ya
había navegado y dijo que no convenía volver. Me preguntó cuántos éramos y dije
que era yo solo. Seguimos viajando y me quede sentado en la cubierta. A la
mañana llegó el jefe de la cubierta, hablaba español perfectamente y me dijo de
todo menos lindo. Un viejito, y me dijo que encima mentí, que dije que estaba
solo y tenía un compañero al lado.” Del otro lado del barco estaba escondido un
hombre de 39 años, que también tenía deseos de escapar del gobierno de Cabo
Verde, pero entre ellos no se conocían.
Luego
de haberlos descubierto los invitaron a acercarse a la cubierta y allí les
dieron plato, cubiertos y una taza para continuar el viaje. Adriano fue a la
cocina a tomar agua, porque sufría demasiado de calor, sin embargo el cocinero
le dio agua caliente porque no estaba de acuerdo con los que se metían en los
barcos de polizón. Después al mediodía los llamaron para almorzar, se sentaron
en la bodega a comer.
Mientras
tanto se acercaron los tripulantes, en su mayoría jamaiquinos y un caboverdiano
que era de apellido Nacimiento. Al ser de apellido Nacimiento y de Cabo Verde
se pensaron que era cómplice de Adriano, quien se llama Adriano Nacimiento
Rocha, pero el Nacimiento es su segundo nombre, no el apellido. Esto le trajo
complicaciones al tripulante, quién tuvo que asegurar que no lo conocía.
Los
tripulantes se les acercaron a los polizones, le sacaron la comida que le
habían dado en la cocina y los llevaron a comer con ellos. Los llevaron a popa,
donde comían ellos y les dieron un camalote para ellos dos. Les mostraron el
depósito, les mostraron todo lo que había allí, y les dijeron que podía comer
lo que quisieran de todo lo que tenía a bordo en popa. Lo único que tenían que
hacer era mantener limpio ese sitio.
“Así
fue todo el viaje – relata Adriano - dos
días atrás estaban preparándonos para mandarnos de vuelta, se iban a encontrar
con un barco de la misma empresa que estaba volviendo, pero nos salvo que
atraso porque en aquel tiempo había como 40 barcos esperando para venir a
cargar trigo, porque había hambre en Europa porque había finalizado la guerra”.
La llegada a Argentina
Una
vez más relajado, Adriano decidió escribirle una carta a su madre que aún
recuerda. Le habían sacado todos los papeles pero él recordaba la dirección de
su madre de memoria, Manuel Estévez 1307, Dock Sud. El 13 de octubre llegaron a
la Argentina, y Adriano le entregó la carta a ese hombre jamaiquino, el primero
que lo encontró y lo ayudó. Le pidió que vaya hasta la casa de su madre en Dock
Sud y le entregué la carta mientras él se encontraba en prisión en la timonera.
El tripulante se tomó un taxi y le entregó la carta a la madre de Rocha.
Adriano
recuerda: “Esa misma noche fueron mi mamá y mis dos hermanas más chicas pero no
las dejaron verme porque estaba encerrado en la timonera. A la mañana siguiente
mi mamá fue a migraciones, y ahí ya decidieron que yo me quedaba. A los dos
días vinieron a buscar al otro, y cuando el marinero nos encontró dio orden de
que yo me quede acá. Me dijeron que me quedaba porque fueron mi mamá y mis
hermanas a migraciones”.
El
caboverdiano rememoró con alegría y nostalgia la primera vez que pisó suelo
argentino, y destacó la solidaridad del pueblo argentino. Con los ojos llenos
de lágrimas siguió: “Me encerraron todo el día en la timonera, ahí podía abrir
la ventana, y como yo andaba en el puerto hablaba un poco de español. Estaba
hablando con los legisladores, y les
contaba como había venido, como era todo. Estaban descargando las cosas del
barco y entre ellos hicieron una colecta, me dieron ropa y un par de alpargatas.
Ahí conocí la alpargata argentina”.
A
los dos días de la llegada de Adriano a Dock Sud, su madre le consiguió su
primer trabajo en la Argentina, consistía en ser repartidor de hielo. El
trabajo lo desarrollaba con uno de los empresarios más importantes del rubro,
Natalio Del Santo, quién se encargaba de distribuirlo entre los comercios y vecinos
de la zona.
Le
costó aproximadamente dos años adaptarse al país y al idioma, y pensaba todos
los días en retornar a su país, luego se acordaba del sacrificio que hizo, de
su madre y sus hermanas, y así a fuerza de voluntad se adaptó a Dock Sud.
Con
el paso del tiempo fue conociendo a más inmigrantes provenientes de otras
partes del mundo, pero también a los de su colectividad. Así llegó el amor a su
vida, en Dock Sud se encontraba un matrimonio que había llegado a la Argentina
a mediados de la segunda década del siglo XX, y en un velorio se puso de novio
con su compañera de toda la vida, con la que aún siguen recordando estas
anécdotas: “nos pusimos de novios más tarde, en un velorio. Antes era muy común
que la gente se pusiera de novio en los velorios, porque en esos lugares, y
también en los clubes,
era en donde la gente más se encontraba.”
Adriano
recuerda y define a Avellaneda, particularmente a la zona de Dock sud, como una
ciudad industrial, dónde a partir de la madrugada se veían las calles colmadas
de gente que esperaba los diferentes transportes públicos para poder llegar a
sus trabajos.
También
recuerda los cambios estructurales, el crecimiento edilicio de la ciudad, y la
obra sobre el arroyo Maciel, dónde fue partícipe de la comisión Proentubamiento
del arroyo. En ellas actividades, del 11 de noviembre de 2001 recibió la
distinción de “vecino destacado”.
Adriano
Rocha, en todo momento destacó el inmenso orgullo de sus orígenes, pero siempre
resalta que la mejor decisión que tomó fue quedarse en su amado Dock Sud, donde
él mismo armo su propia descendencia en su amada ribera.
Publicar un comentario