Coemu inaugura una sección de crónicas de las entrañas urbanas, en este caso el barrio de caminito. La historia de una foto que dispara emociones.
Por Franco Introna
La rutina hoy no estaba presente. Salí de laburar y al llegar a la parada del colectivo en
Mitre y Alsina, no eran
más de las 22 horas de una fría noche de viernes en Mayo del 2013. No había nadie en el
colectivo. Recuerdo viajar cómodo en los últimos asientos del transporte y eso hizo que el
transcurso del viaje se me haga mucho más rápido. El bondi celeste de la línea 10 me
despedía en pleno barrio de La Boca.
A esa hora se hace imposible transitar por los callejones que presenta los 150 metros de
uno de los paseos más emblemáticos de la ciudad: con sus conventillos típicos de chapa
del barrio llenos de vida, encontré en una pintada la mejor presentación al histórico camino de la tradicional
música argentina: “La Boca es un tango de adoquines mojados y de cielo pintado de todos
los colores, como desprolijo. Es volver al pasado a recordar u olvidar una parte, la que se
quiera. Y Caminito es su corazón, como si fuera un mal que se cuenta una y otra vez a los
amigos, como dice el tango”.
En caminito las luces no encendían en su totalidad, las puertas viejas eran difíciles de abrir y chirreaban al compás del sonido de los zapatos que golpeaban contra la empedrada calle en cada pisotón causado por las parejas de baile que exhibían su tango.
Una de las características del barrio junto a sus
edificaciones son sus calles y más precisamente sus veredas, las cuales están elevadas respecto al nivel de la calle debido a las frecuentes inundaciones. El paisaje
urbano de La Boca se complementa con los barcos fondeados o hundidos en el Riachuelo,
y la rivera, que corresponde a la Isla Maciel, donde se pueden ver algunos
astilleros que se ocupan de la reparación de barcos.
El "café notable La Perla" mantiene colores de conventillos. Camisetas, banderines y posters de Boca acompañaban en minoría a unas series de fotos en blanco y negro que tenían relación con lo que fue el contexto histórico de la llegada de los inmigrantes a La Boca.
Se destacaba un hombre de unos 40 años de edad, con
pelo corto, bigotes y de mediana estatura junto a otros cinco muchachos. La vestimenta
no era de tal importancia en él, no se distinguía del resto: un chaleco oscuro sobre una
camisa blanca y los pantalones por encima del ombligo, muy tradicional en la época.
Había viajado hasta la Boca por el solo
hecho de entrevistar a María Magdalena Domínguez y Ernesto Miragaya, una pareja de
adolescentes tangueros ganadores del certamen de baile “Tango Hugo del Carril”, para un
trabajo de la Universidad. Poco me importó eso. Llame al mozo con un gesto amigable:
-¿Usted sabe quiénes son los hombres de esta foto? –
-....
El mozo se acercó cuidadosamente hacia la foto, observó durante cinco segundos y
explicó: "Si no me equivoco, este de acá es el padre del dueño de este lugar", dijo apoyando el
dedo en uno de los hombres que acompañaban al “Tano” de rostro familiar.
-¿Y este de acá? ¿Lo conoce?
Minutos más tardes regresé a la cantina. Allí estaba esperándome solo en una mesa
Alessandro di Giacomo, hijo del fundador de La Perla. De aproximadamente 60 años
presentaba características similares a la de su padre Gino: robusto, calvo, mirada
desafiante, de mediana estatura. Tano de pura cepa. Intimidado por sus ojos no pude
lograr decir ni una palabra. El silencio reinaba hasta que con voz ronca, de fumador, inició
la charla para preguntar quién era el hombre de la foto.
-Era mi padrino. Giuseppe- dijo Alessandro con felicidad, como si se hubiese transformado en otra
persona.
-¿Usted lo conoce?- me preguntó con un tono esperanzador.
La voz del Tano se empezó a desquebrajar. Las lágrimas empezaban a jugar su papel en la historia: "Pepe era el mejor amigo de mi papá. Quizás no vivieron una infancia juntos, tal vez no se conocieron en la adolescencia, que es cuando uno realmente tiene una vida social más activa y logra hacer más amigos. Pero se conocieron en el momento más duro. Las guerras mundiales acechaban en toda Europa" expresó Di Giacomo.
Mientras él esperaba a que se rompiera el silencio con alguna palabra, irguió su cuerpo y
se inclinó hacia la derecha para meter su mano en su bolsillo y sacar su pañuelo de tela.
Con tranquilidad lo dobló en cuatro partes iguales, lo apoyó sobre sus dedos y lentamente
lo llevó hacia sus ojos. Luego, bajó el lienzo lentamente
y lo volvió guardar en el lugar donde lo había alcanzado:
Pepe era la persona más
importante de mi vida. Era mi familia, mi segundo creador. Él murió hace muy
poco y tengo los mejores recuerdos de él, pero en particular me quedo con uno que yo
no lo viví, pero que gracias a ese pude vivir todos. Pepe me salvó la vida. Casi da su vida
por la de mi mamá cuando yo estaba en su vientre. Arriesgó su vida por una persona
que no conocía.
-Pero… ¿cómo se conocieron?
Salvándola a mi mamá. Salvándome a mí. En el ataque a Nápoles en plena guerra
Mundial en el año 1943. Nunca había cruzado una palabra con mis padres, nunca los
había visto pero tuvo la valentía de no huir como los demás. Días más tardes planearon
el exilio hacia Argentina. Llegaron como inmigrantes y así los fotografiaron, quedaron en
la historia por hacer este barrio maravilloso, pero Pepe quedará en la historia por ser el
héroe que llegó a la Ribera. Pepe quedará en la historia por salvarme y enseñarme que
“nada en nuestra existencia nos pasa por casualidad, que si pasa es porque lo
buscamos”. Él buscó esto y lo consiguió.
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