La ciudad
de Avellaneda posee una vasta e interesante historia para amantes de las buenas
anécdotas, para los nostálgicos y para aquellos deseosos de leer o escuchar
apasionados relatos. Contiene parte de la historia Argentina. En ella se
encuentra el estuario que recorre parte de su fisonomía geográfica, y que
durante siglos fue testigo de manifestaciones y transformaciones sociales,
políticas y económicas
Por Sergio Salto
Antiguos
edificios reformados y otros nuevos en la ciudad se entremezclan, le otorgan
mayor atracción. El Riachuelo, que rodea toda la ciudad y se extiende por ella,
en los últimos años fue la principal preocupación, debido al abandono que
durante siglos tuvo pero, que felizmente se está recuperando gracias al interés
común de la gente a través de asociaciones, que luchan para que esto sea así.
Existen
lugares, personas e instituciones que forjaron el destino de lo que hoy es la
imponente ciudad que crece, y se supera día a día. Ubicada estratégicamente, la
ciudad de Avellaneda divide la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con la provincia
de Buenos Aires. Allí, el distrito contiene paisajes maravillosos que ocultan
historias en cada uno de sus rincones.
El
Matadero
El Riachuelo
siempre fue escenario de destacados momentos como la instalación del Matadero, donde hoy es plaza España. En
ese entonces todo el afluente de la faena iba a parar al curso líquido.
Las
primeras experiencias en protestar por la contaminación del estuario datan del
1700; Esteban Echeverría lo reflejó en su magistral libro “El Matadero”. La formación del pueblo se debió
a la labor y afincamiento del proletariado ganaderil, hacia 1822. Las faenas de
los saladeros con sus exigencias de brazos atraían una masa de pobladores que
debían habitar en el establecimiento o en sus inmediaciones.
Cuando se instalaron las fábricas
eran entonces muy precarias; no existían reglas higiénicas, ni maquinarias, ni
aparatos para facilitar la labor. Se componían de un potrero en el cual estaban
los corrales para depositar las haciendas, los bretes donde se efectuaba la
matanza, ejecutada sobre la tierra, convertida en fangal de sangre permanente,
algún galpón para salar y para guardar el producto, y las largas y malolientes
hileras de varas horizontales donde se colgaban los trozos de carne a orear,
llamadas varales, piletas de mampostería o de madera para la salmuera y alguna
ramada para las caballerías.
En ese tiempo las fábricas de
productos derivados; cebos y grasas para iluminación, determinaron la formación
de las masas de proletariados cuyas características jugaron un importante papel
en las contiendas políticas como elemento de acción, y contribuyeron al
acrecentamiento de aquella primitiva forma de industrialización. Era un proletariado
integrado en su mayoría por reseros, matarifes, desarrolladores, varaderos,
peones de playa, carretilleros y carreros, alternaban sus jornadas con
pulperos, traficantes de cueros robados, soldados desertores de los ejércitos,
pordioseros, vagos y mal entretenidos en el escenario bárbaro del saladero y en
el caldeado ambiente de las pulperías, proliferadas entre el rancherío que iba
circundando los galpones y los bretes, y a la vera de los caminos intermedios
que trazaron la conformación topográfica del casco antiguo de Avellaneda.
Al costado del Riachuelo, allí
convivían las primeras fábricas, los mataderos y también los saladeros, que
permitía mantener el producto en buen estado.
Los Saladeros
Los saladeros se trasladaron a la
orilla derecha del Riachuelo, para dar cumplimiento de un decreto del gobierno
de la Provincia, dictado hacia 1800. También se instalaron nuevas fábricas
sumadas a las ya existentes en el paraje que hicieron que éste se fuera
transformando paulatinamente en un centro poblado.
La zona de Barracas se formó
por secciones; San Telmo, La Boca, Barracas, (se conocía
como Barracas del norte) y al sur estaba Avellaneda (conocida como Barracas del
sur). San Telmo es el casco histórico de la ciudad donde en general, vivía la
gente. Barracas norte, era una sector de
quintas donde se venía a veranear a contraposición de la parte obrera, ubicada
en los saladeros, mataderos y frigoríficos de
las barracas del sur, del otro lado del Riachuelo en la zona de
Avellaneda. El origen de la palabra Barracas viene de las construcciones precarias que se ubicaban a la
vera del riachuelo, sobre todo en el nudo que formaban el puente de Barracas, (antiguo
puente de Gálvez).
La vida del saladero era dura y amarga. El saladero
trajo gente con hábitos y costumbres de la campaña. Se estaba formando el
ambiente de las orillas con tumultos, que era explotado por los caudillajes
corraleros. Si bien existía un proletariado diminuto en comparación, pero su
existencia no podía ser ignorada. Un proletario desprotegido entregado al
engranaje mercantilista del saladero. No había régimen de salarios y el único
aval que certificaba el libre tránsito por la provincia era la papeleta de
conchavo, que debía ser exhibida a cada instante en la ciudad o el estaqueadero
o en algún departamento de campaña, si aquel documento no existía, la vida en
el saladero se tornaba dura y amarga.
A pesar del crecimiento que había, la gente era
explotada, impulsadas en la realidad por las políticas de
fomentación de la inmigración a final del siglo 19. Esa migración llegó y eran
los que “venían a hacer la América”. Pero también se hacía huelga de inquilinos o
lo que se conoció como “la huelga de escoba”,
eran las amas de casa barriendo a los dueños de los inquilinatos donde
se hacinaban los inmigrantes del exterior y del interior del país.
Entre tantas historias fascinante se encuentra la
del frigorífico “La Negra”, cuyo edificio demolieron en parte hace más de dos
décadas cuando se utilizó para poner en él, un lugar de diversión en el cual
había juegos para niños y también tiendas de ropas desparramados a lo largo del
local del antiguo frigorífico. Luego vendieron el terreno y “Carrefour”
actualmente tiene su local de ventas.
El frigorífico La Negra
El frigorífico estaba ubicado en la zona sur de
Buenos Aires, en Avellaneda. Su dueño era Gastón Sansinena, dueño de una
grasería y sus comienzos fueron hacia fines del siglo XIX. Una firma
antiguamente llamada “La Francesa”, que en 1885 se transformó en Compañía
Sansinena de Carnes Congeladas. Al ampliar las instalaciones en 1890, se
solicitó el permiso para la construcción de galpones de gran tamaño destinados
para las cámaras frigoríficas, cuartos de máquinas y de aislación. El
crecimiento lo obtuvo promovida por capitales argentinos y británicos. Fueron
privilegiados con muelles propios, desagües simples que daban al Riachuelo.
Pero un nuevo período hacia 1930, llamado “La
primera etapa de la guerra de la carne” en la industria frigorífica haría que
La Negra no fuese el único frigorífico en Avellaneda: surgieron el Argentino y
La Blanca. El crecimiento fue exponencial y en el marco de la Segunda Guerra
(1944), el frigorífico La Negra, se dedicó a elaborar carnes conservadas (Pate
de Foié, Picadillo de carne y Pan de carne) para exportación. Sufrió la
inminente paralización de las operaciones generada por una crisis laboral en la
región.
Hoy en día La Negra cuenta con una planta
elaboradora de productos en la localidad de Rauch, provincia de Buenos Aires,
donde debió mudarse, conformada por un equipo de más de 70 trabajadores y
empleados de la firma.
La ciudad esconde miles de historias que merecen
ser contadas, a veces en forma de novela, tal como ocurre con la novela “Amalia”,
escrita por el argentino José Mármol. Allí, retrata en forma romántica, la
realidad histórica de las quintas de Barracas, en 1800, para admirar de una
forma más discreta las miles de sensaciones que surgen cuando uno evoca un recuerdo.
BIBLIOGRAFÍA
ü -Echeverría
Esteban, “El Matadero” (1805-1851) Edición de Juan María Gutiérrez, Buenos Aires, Carlos Casavalle editor, 1870-1874
ü -Mármol
José, “Amalia” (1817-1871) imprenta Americana 1885.
ü -Puccia, Enrique H. “Barracas,
historia y sus tradiciones” 1536-1936.
Editorial Asociación Fraga.



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