Los Juegos Olímpicos terminaron de
desnudar un mal que fue haciéndose costumbre en los últimos años: el
protagonismo desmedido de los periodistas deportivos
“A mí no me
vas a venir a hablar de laterales”, gritó el otro día el Pollo Vignolo, como si
fuera Tarantini
Por Pablo Cheb
En
algún momento que parece reciente, el periodismo deportivo tomó un desvío
lamentable en el uso de la primera persona. Aún peor: se naturalizó a tal punto
el uso del “yo” para cualquier cosa (en la línea de escuela inaugurada por
Martín Liberman) que ya ni siquiera se discute, y ahora el periodista empieza a
tomar un papel trascendental, un protagonismo preocupante, un rol central que
margina a los deportistas a un segundo plano, algo que sólo podemos creer los
periodistas con nuestro ego desmedido y -según parece- los dueños de los medios.
Pero que nos creemos a rajatabla.
Así
que ya ni siquiera hablamos de dar opiniones cuando nadie las pide (“Yo creo
que no puede jugar en la selección, deberían llamar a Wanchope”), o de poner
ejemplos que normalmente encierran una segunda intención (“El otro día tuve que
esperar media hora para entrar en la cancha de Ferro”) , o de hacer chistes
internos en las transmisiones (“Estaba distraído… el siete de Independiente del
Valle”), o de demostrar erudición a partir de una experiencia dudosa (“A mí no me
vas a venir a hablar de laterales”, gritó el otro día el Pollo Vignolo, como si
fuera Tarantini).
Todo
eso lo dejamos de lado porque está tristemente instalado en nuestra hermosa y
generosa profesión, que incluye al Ruso Ramenzoni y a Ezequiel Fernández
Moores; a Rodo De Paoli y a Juan Villoro; a Hunter Thompson y a Horacio Pagani;
a Norman Mailer y a Martín Voráyine Arévalo.
Hablamos,
en cambio de un fenómeno más preocupante, relacionado directamente con la
sensación horrible de que conocemos el estado civil y las costumbres nocturnas
de todos los integrantes de la programación de TyC Sports (Tato Aguilera a la
cabeza), e incluso podríamos detallar que dos conductores forjaron un romance,
fueron burlados por sus compañeros recibiendo el mote de “Mónica y César” y
tuvieron una hija, cosas que aprendimos al aire de un noticiero deportivo en el
transcurso de los últimos años.
En
los Juegos Olímpicos de Río, sin ir más lejos, un notero de Fox le hizo una
pregunta a Juan Martín Del Potro que fue –más que pregunta- una observación:
“En Londres 2012 –le dijo- yo estaba sin derechos y viví tu partido con
Federer, de semifinales, desde afuera del estadio. Ahora estoy acá, con
derechos y ganaste”. Ajá. Debe haberle interesado mucho a Del Potro, y mucho
más a la gente que lo vio a través de Fox. Pueden verlo en el videito de acá
arriba.
En
esos mismos Juegos, la estrategia entera de un canal pasó por entregarle el
centro de la escena a su periodista ancla, Gonzalo Bonadeo, al que incluso
quisieron promover como abanderado en el desfile de cierre. Era un chiste, eso
sí, pero grafica el espíritu general de lo que sucedía en esas transmisiones.
Bonadeo
hace un trabajo elogiable y desmedido en las semanas olímpicas, y el canal
tiene la idea constante de que debe convertirlo en protagonista. Mientras
duraron las transmisiones, hubo un corporativismo panfletario alrededor del ex
gordo, que habló por teléfono con cada deportista eliminado o ganador y
agradeció los incontables elogios de sus colegas inmediatos por la persistencia
en el aire, (en horas y en años: su presencia innegociable desde Atlanta ’96).
Entonces lo filman cuando hay un evento con posibilidad de medalla, para que
aparezca el videíto de “Así vivió Bonadeo el oro de Paula Pareto”. Hablemos de
foco desplazado. Faltó el video de Bonadeo mirando el video de cómo lo vivió
Bonadeo.
Él
tampoco reniega de ese papel, hay que decirlo. En la primera charla con
Santiago Lange después de que éste se consagrara en el yachting, Gonzalo le
dijo: “Disculpá la autorreferencia, pero yo bajé 40 kilos y vos sobreviviste a
un cáncer”. Ejem.
Juan
Pablo Varsky, buen profesional y referente generacional, hizo otro tanto en los
Juegos e incluso antes. Puede que sea más fuerte que él, pero también supimos
sin más necesidad que escuchar su programa de radio, que tuvo un hijo (hincha
de Newell’s, y podemos dar los detalles de por qué), que se casó y separó,
subió y bajó de peso, se hizo runner y juega al fútbol en un country que
consiguió un campeonato relativamente reciente.
Fíjense
qué cosa, tanto Varsky como Bonadeo
llevaron la antorcha olímpica antes de Londres 2012. Y no se armó tanto revuelo
como con Calu Rivero.
Es
difícil puntualizar cuándo pasó todo esto pero existe un estilo que se va
instalando. Quizá las redes sociales tuvieran algo que ver. Muchos seguidores
de la fama, la posibilidad de darse a conocer como una estrellita (un mini
star-system) y mucho productor-director-gerente de televisión y página de
Internet al que le interesa esa misma cuestión: tráelo, a ése lo conocen
(muchachos, un secreto: para que la gente los mire, compren derechos y pasen
eventos en vivo. Son mucho más convocantes que cualquier video viral y que
cualquier charla, por más interesante que sea, entre Souto y Rodríguez).
Entonces
nos encontramos en ESPN, otrora una cadena deportiva, con un programa de
entrevistas vespertino y otro en el que pasan tuits y bloopers, más los
videítos de NatiJota –besando a un juvenil de Los Pumas, boludeando con
Troglio- para la risa del hijo de Pablo Granados. Y hasta vemos al cocinero
Donato en la final de la
Champions, porque es italiano. Viva.
Después
se sorprenden porque un pibe que trabajó con Niembro se enoja porque las minas
que se quiere levantar no lo conocen ni de nombre. Es lógica pura: sale en la
radio, sale en la tele. Y se cree famoso porque trae a los hogares de la gente
a los famosos.
Es
una pena: la capacidad de meterse en el mundillo y hablar desde adentro,
demostrando presencia, resulta una forma valiosa para acercar eso que a la
mayoría le queda lejos. La intimidad, por ejemplo. Los detalles de un evento
remoto que los grandes medios no registran más que en un par de líneas (o un
par de segundos en radio o televisión), o de un lugar específico que no suscita
mayor interés, o bien de un personaje del pasado o del presente que hay que
rastrear para conocer de manera más completa. Es decir: la primera persona
puede ser muy atractiva cuando desnuda el entretelón del trabajo periodístico
(por ejemplo los libros Corbatta, el wing de Alejandro Wall o El Partido de
Andrés Burgo), porque puede entregar datos relevantes e interesantes para el
lector/usuario/consumidor del medio.
Porque,
habría que dejarlo claro, el problema nunca es la subjetividad. Un texto
objetivo no existe cuando lo escribe un sujeto. Puede llegar a ser imparcial,
sí. Pero nunca objetivo. Cada palabra elegida, la extensión del texto y los
hechos que se recortan para relatar dan cuenta de una persona que está detrás
de su creación. Un texto imparcial, por otra parte, suele ser bastante
aburrido: una noticia, la base para la elaboración posterior.
Pero
una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Y esto que anda pasando en los
canales periodísticos de deportes no se parece mucho al periodismo deportivo.
Presa de la espectacularización, parece más bien un teatro para desfilar
personalidades a partir del humor, la buena onda, la alegría y el ritmo
tropical.
Puede
que sea una cosa. Debe ser una cosa. Seguro que es una cosa. Pero es otra cosa.
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