Patricia Fortino nos trae un informe con poesía, lucha, historia y memoria sobre un lugar emblemático, emblema del trabajo y la militancia: el Puente Pueyrredón.
2001 y el símbolo de la represión. (Foto: Kowalewski)
“La soledad era perfecta y tal vez hostil,
y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur”.
Jorge Luis Borges (El Sur – Artificios 1944)
El Nuevo Puente Pueyrredón tiene
historias propias e historias que le pegan en alguna orilla. Él, al igual que
su precedente, fue testigo de la división signada de un lado y del otro del
Riachuelo. Aguas políticas dividieron y dividen el suburbano sur de la
provincia de Buenos Aires con la Capital Federal. Sus orillas causan un
nauseabundo malestar al cruzarlo. Los tiempos del cuidado del medio ambiente le
dieron una significación distintiva al saneamiento de sus aguas y, lo que con
natural aceptación fue el receptáculo de residuos fabriles por excelencia
durante buena parte del siglo XX, la globalización y los estudios
técnicos especializados determinaron que la contaminación de su cauce ocasiona
serios perjuicios a los 5 millones de habitantes de la Cuenca Matanza Riachuelo
y a su hábitat.
Sobre sus mil doscientos metros de
longitud deambulan los fantasmas de los hechos que dejaron huellas eternas en
la memoria popular. Trazar una línea que conecte las movilizaciones del 17 de
octubre de 1945 y del 26 de junio de 2002 es bastante más que recoger
testimonios de dos episodios. Esos hechos están unidos por un mismo
impulso: la necesidad del pueblo de hacer oír su voz. Más allá, los
trabajadores oprimidos que fueron a rescatar a quien, ese día, convertirían en
su líder y, más acá, los piqueteros asfixiados por un sistema excluyente,
opresor y asesino.
Esas desprestigiadas aguas fueron testigo privilegiado de aquellos momentos y
el Puente, con su obligada responsabilidad de origen, unió y une más allá de
los límites territoriales, más acá de dos orillas y más profundo que el cauce
del Riachuelo.
Hoy, como si el paisaje social no fuera suficiente para marcar las diferencias,
del lado porteño está Puerto Madero, un anclaje del poder económico-político,
con su polo gastronómico, sus costosos edificios, sus privilegiados entornos
verdes, sus simbólicos casinos, su fácil acceso a la “city” y su vista
exclusiva al Río de La Plata. Del lado bonaerense están algunas instalaciones
fabriles, barrios humildes de clase trabajadora con sus casas bajas o sus
construcciones municipales, sus ferias populares y sus bingos. Hasta el barrio
de La Boca, en la Ciudad de Buenos Aires ha cambiado su histórica idiosincrasia
y se “aggiornó” para convertirse en un paseo turístico por excelencia.
También del lado de
la provincia los diversos municipios fueron acomodando su estética orillera
para satisfacción de los nuevos consumos. La Feria La Salada, ubicada
en Lomas de Zamora, pasó de ser la clandestina forma de comprar barato a
un centro comercial con puestos que pagan una de las tarifas
de alquiler más elevadas de la oferta inmobiliaria zonal. Hoy, sus clientes
pueden consultar la página web de la feria o las redes sociales Facebook o
Twitter para planificar sus compras.
Pero a pesar de sus
cambios, un lado y otro de las orillas siguen diferenciándose ahora como cuando
aquellos “grasitas” cruzaron a nado el Riachuelo en la esperanzada jornada de
octubre del ‘45.Tal vez sin saberlo esas aguas marcan la diferencia de los que
están de un lado o del otro, del límite, del puente, del contexto político, de
la repartición de las ganancias, de la historia, del trabajo, de la vida.
El Puente Prilidiano Pueyrredón lleva ese nombre en homenaje al
ingeniero y artista romántico argentino creador del primero que reemplazó (a
fines del siglo IXX) al viejo Puente de Barracas arruinado por una
creciente en mayo de 1858. Pero, como si el recuerdo no alcanzara con
ponerle un nombre, dos puentes llevan el mismo con la salvedad de las palabras
precedentes de Nuevo o Viejo, según a cuál de
ellos se refiera la cita.
En
la historia de un puente puede simbolizarse lo que esa estructura une o lo que
separa. La línea de tiempo que se puede trazar para contar esos nexos van desde
el cruce a nado del Riachuelo, aquel peronista día de octubre de 1945, hasta la
más reciente y más sangrienta, recordada como Masacre de
Avellaneda. Maximiliano Kosteki (22 años) y Darío
Santillán (21 años), ambos
militantes del MTD (Movimiento de Trabajadores desocupados), fueron
asesinados en la estación de trenes de Avellaneda el miércoles 26
de junio de 2002, después de haber sido desalojados violentamente del puente,
en una movilización organizada por varias agrupaciones en reclamo de aumento de
salario, subsidios a desocupados, alimentos para los comedores populares y
solidaridad con los trabajadores de la fábrica ceramista Zanón donde peligraba
la fuente laboral. No lograron cortar el paso vehicular del Puente y fueron
desalojados por efectivos de la Policía Federal, Gendarmería Nacional y
Prefectura Naval Argentina.
La culpa fue de "la crisis", dijo Clarín.
“A mí me llamó un compañero
y me dijo que era todo un desastre, así que dejé el trabajo y me fui para el
puente”, dice Graciela Negreira militante del MTD de Solano donde trabajaba con
el cura piquetero Alberto Spagnuolo. Recuerda que cuando
estaba yendo para el Pueyrredón, desde la Capital, la vuelven a llamar y le
avisan que habían comenzado a disparar y “no eran balas de goma”. Graciela
conocía a Darío Santillán de compartir plenarios y como psicóloga atendía a
compañeros suyos. “Tengo presente que algunas personas lo llamaban Jesús
por sus ojos y su aspecto. Era un tipo muy querido. Cuando supimos que el
muerto era él fue como un estallido de dolor. Lo velaron en el galpón de Lanús,
nunca había visto tanta gente desolada, tantos hombres llorando así…”
Y el Puente estaba ahí,
a metros de la tragedia.
Siempre estuvo.
Incluso cuando no querían que estuviera. En tiempos donde la estructura lo
permitía, desde la Casa Rosada en muchas ocasiones llamaron por teléfono para
decir: “Levanten el Puente” y así evitar que hordas enardecidas llegaran
a la Plaza de Mayo.
Pero igual llegaron.
El 17 de octubre de 1945 era miércoles. La policía levantó los
puentes sobre el Riachuelo, que para entonces eran el paso obligado hacia la
Capital para quienes llegaban de la zona sur del conurbano bonaerense como las
localidades de Avellaneda, Lanús, Quilmes, y más allá Berisso, Ensenada, La
Plata, entre otras.
“Eran las 7 de la mañana y en
Avellaneda -recordaba el historiador Félix Luna en su libro El 45-, la
avenida Mitre estaba llena de gente, gritos, banderas y carteles improvisados.
Algunos pasaron el puente hasta que la policía lo levantó; otros atravesaron el
Riachuelo en bote o por otros accesos. La gente empezó a pasar en barcas medio
deshechas o haciendo equilibrios sobre tablones amarrados a guisa de balsas.
Cuando el puente volvió a tenderse tan misteriosamente como había subido,
nuevos contingentes cruzaron ese roñoso Rubicón.”[1]
Juan Cruz Daffunchio en 2002 tenía 28
años y conducía el MTD de Florencio Varela, municipio donde hoy es concejal por
el Frente para la Victoria. “Ese día estuve en primera línea con los grupos
de seguridad, teníamos todo un plan muy ambicioso, que funcionó hasta que
fuimos superados por las fuerzas policiales”, dice recordando detalles nítidos
y precisos, porque no quiere olvidarlos o porque la memoria de aquellos muertos
no se lo permite.
El corte del puente no era el objetivo, pero fue suficiente motivo para
desencadenar un operativo represivo que llegaría hasta las últimas
consecuencias para evitar ese corte.
Daffunchio sigue su relato: “Recuerdo todo, cada minuto. Me bajé del tren con
dos camperas puestas y llevaba una remera como capucha. Cargué el morral con
piedras de las vías de la estación Avellaneda. El corte del puente en sí no era
la consigna, para nuestra organización era Duhalde o nosotros. La situación
política y las amenazas del gobierno-régimen eran tales que, si frenábamos el
Plan de Lucha, nos derrotaban con una campaña mediática. Esperábamos una
represión convencional (sin balas de plomo) y actuamos en consecuencia, tomando
todas las medidas. Realizamos varias asambleas para explicar la situación y
para pedir que no se movilizaran mujeres, niños y ancianos. Incluso el mismo 26
bajamos del tren a mujeres embarazadas y mayores que desoyeron nuestros
consejos; igual, varias se tomaron el siguiente tren a nuestra partida”.
La narración de Juan Cruz describe los hechos pero la carga emotiva con que lo
hace agrega un tono expectante y, al escucharlo parece como si aún, aquel día,
no hubiera pasado. Y los muertos, eran sus muertos, los muertos de la
crisis para los titulares mediáticos, los muertos de la represión y la
persecución política para sus compañeros.
“Mi viejo, murió en 1969 –dice el Licenciado en Historia Jorge
Cattenazzi- tenía 26 años en el ´45 y era obrero en el ferrocarril. Trabajaba
en los talleres de Remedios de Escalada (localidad del partido de Lanús ubicada
en el sur del Gran Buenos Aires). Recuerdo que él contaba que había ido
caminando desde los talleres con muchos compañeros más. Decía que llevaban
algunos barriles de petróleo (¿?) para prender fuego todo. Que
en el camino se les fue agregando gente de otras localidades. Que
cruzar el Riachuelo fue trabajoso. En botes o sobre las vías del
tren”.
El relato de Jorge sobre la historia contada por su padre Francisco
Modesto Cattenazzi, tiene la carga de los recuerdos, los del viejo, los suyos,
los de los libros de historia con que se formó, los de su identidad política.
Para enriquecer lo que dice, Cattenazzi agrega una cuota de su formación
profesional: “La historia es una reconstrucción, una explicación del pasado
desde el presente. Jamás es el pasado. Desde ese punto la historia oral no
escapa a los límites generales de la ciencia. El teórico italiano Alessandro
Portelli[2] dice
que cuando entrevistamos a una persona para obtener información sobre un
acontecer histórico, el entrevistado no relata lo que sucedió (sin ninguna
maldad) sino que relata lo que el hubiere querido hacer en eso que sucedió: Sus
deseos desde el presente, no los hechos (más o menos). Y eso es a lo que
podemos llegar, y está bien. No es nuestra función cuestionarle sus recuerdos
sino recogerlos. Mi viejo se sentía orgulloso de haber participado”.
Sergio, el ruso Kowalewski sigue siendo fotógrafo, una profesión que lo puso en
lo más alto de la exposición mediática el mismo día que La crisis causó
dos nuevas muertes. “Salí desde Berisso por tren, con la certeza que
iba a documentar una represión. Las fotos son solo disparadores, no cambian la
historia. Hoy a más de 15 años, las fotos a mí, ya no me pueden mostrar nada
nuevo, no necesito verlas, pues recuerdo cada detalle. Creo que se debe de
documentar (cuando ese es el rol que se asume, o el asignado), de la manera más
objetiva posible, pero enmarcados y expresamente declamada, en nuestra propia
subjetividad, ideología, valores, etc., pues de nada nos sirve, tergiversar una
realidad, que debemos conocer con precisión, si es que realmente queremos
modificarla”. Las fotografías del ruso sirvieron de prueba judicial para
responsabilizar, juzgar y condenar a los autores materiales de los asesinatos.
El puente en la década del 30. (Foto histarmar)
Osvaldo Vergara
Bertiche[3] tenía
3 años y, por lógica generacional, su vínculo con el peronismo comenzó después
de 1945 pero su identidad ideológica lo categoriza para hablar sobre aquel día.
“Contra la verdadera barbarie que imponían los civilizados, el 17 de Octubre es
Fecha Patria. Es Evita quién así lo señala cuando dice que el 17 de Octubre ya
está definitivamente incorporado a la historia de la Patria, por voluntad
soberana de su pueblo. El 17 de Octubre es Fecha Patria. Porque simplemente es
el Día de La Lealtad. Lealtad hacia quién, frente al egoísmo, al orgullo,
la ambición, la corrupción y la superficialidad de los grupos dominantes,
garantizó al Pueblo la defensa de sus derechos. Es a partir de ese día que
hombres y mujeres de todas las edades dejan de ser sujetos sometidos a
necesidades materiales de subsistencia para convertirse en personas. Personas
en lo moral, lo intelectual y espiritual. El 17 de Octubre es Fecha
Patria”. Tal vez algún día se incorpore a la fechas de celebración
nacional y su feriado podría ser puente con el Día de la
Diversidad Cultural y una interesante paradoja se plantearía.
A 71 años no es fácil
encontrar con quien charlar en primera persona de aquellos hechos. Alfredo
Carlino tenía 13 años y su familia sabía que la noche del 16 de octubre él no
dormiría en su casa. “El 17 de octubre fue un hecho fastuoso que generó el
pueblo y que significó una revolución única en el mundo. A partir de ese día se
transformó la realidad argentina y se inició una etapa de dignidad para los
trabajadores y el ser humano en la Argentina”, dice el poeta, periodista, ex
boxeador y compañero peronista, como le gusta que le
digan. Reconoce que nadie imaginó que la movilización iba a ser tan
importante. “Yo estuve en la organización previa porque militaba en el
nacionalismo, pero nadie sabía que iba a haber más de un millón de personas.
Pensábamos que llegaríamos a cinco o diez mil, y menos pensábamos que íbamos a
triunfar así, rescatándolo en un solo día al Coronel. Yo todavía sigo llorando
por la emoción de todo lo que pasó”. La poesía es su mejor herramienta:
Ahí están,
irrumpen la abulia de la ciudad pacata
todo es asombro en la mirada ciudadana
vienen nomás,
desde todos los rincones.
Son los grasas, Eva.
Están llenos de olores,
de broncas y de fuego.
Se han juramentado, diluir,
Los silencios de la infamia.
Llegan bailando como duendes,
desde todos los recovecos,
desde lejos
del fondo de la historia y del agravio.[4]
El Puente, entonces, une los recuerdos, aquellos transmitidos oralmente por los
que cruzaron esa parte del pasado. Por arriba, por los
alrededores, por abajo, el Puente fue el signo de esas manifestaciones. No
importa el tiempo que transcurra, ni las operaciones que se manipulen para
maniobrar la historia. Lo transitado dejó su impronta. El Puente ya no es el
mismo que aquel que imaginó Don Prilidiano. Desde aquel diseñador hasta los que
proyectaron la actual estructura de hormigón y toda su ingeniería nunca
sospecharon las miles de voces que desde el imaginario flotan murmurantes
cantando consignas, gritando angustias, llorando sus muertos.
Podrán intentar que no ocurra pero el Puente seguirá ahí para unir el acá con
el allá y a ellos con nosotros. Eso sí, habrá que tomar en cuenta, al cruzar,
qué día de la semana es, porque algunos miércoles (al menos
dos) han pasado cosas serias en ese puente.
1 La expresión "pasar el Rubicón"
significa dar un paso decisivo arrostrando un riesgo. Esta expresión viene
basada sobre una anécdota histórica. El Rubicón era un pequeño río que separaba
a Italia de la Galia Cisalpina. El Senado romano, para impedir el paso de
tropas procedentes del Norte, declaró sacrílego y parricida a aquel que con una
legión o con sólo una cohorte pasara el Rubicón. Sin embargo, Julio César, a
quien el Senado había rehusado nombrarle Cónsul y a quien, por instigación del
cónsul Pompeyo, había ordenado dejar el mando y licenciar a sus tropas, decidió
marchar sobre Roma para derribar a Pompeyo. Cuando en el año 49 antes de
Jesucristo, César llegó a orillas del Rubicón, después de unos momentos de
reflexión acerca del peligro que entrañaba franquear dicho río, se decidió a
vadearlo, diciendo: Alea jacta est (La suerte está echada). Sabía que
este hecho desataría la Guerra Civil contra Pompeyo. Pero no porque ese río
marcara el límite de Italia con el resto de provincias, sino porque ningún
gobernador podía salir con su ejército del territorio asignado sin
consentimiento. Pompeyo, consternado ante el rápido movimiento de su enemigo,
huyó de Roma, con numeroso séquito de senadores y aristócratas, y César entró
en la capital sin derramar una gota de sangre, persiguió a los fugitivos hasta
el mar, y marchó a España a combatir al ejército de Pompeyo. Pasar el Rubicón: Frase que significa dar un paso
hacia una empresa sin poder dar ya vuelta atrás. Fuente:
http://aliso.pntic.mec.es/agalle17/cultura_clasica/entre_dichos/index.html
[2] En agosto de 2014 la Universidad Nacional de La Plata le entregó
el título Doctor Honoris Causa a Alessandro Portelli durante su visita a
la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de dicha universidad. La
distinción se fundamentó en la amplia trayectoria que Portelli ha edificado en
el terreno de la Historia Oral en la que se ha destacado como un pionero al haberle
conferido legitimidad como un campo de estudio en sí mismo. Su producción
académica gira en torno a la problemática sobre la Memoria, los estudios
culturales y literarios.
[3] Vicepresidente del ex Instituto Nacional de Revisionismo Histórico
Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego”
[4] Los “grasas” Poema de Alfredo Carlino. 50 años con la poesía.
Editorial Ciccus. 2008
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