Sonia Sánchez es activista
femenina y autora del libro “Ninguna Mujer Nace Para Puta”. Fue prostituta en
su adolescencia y actualmente considera su testimonio como parte importante de
una campaña de prevención
"Transmito mi testimonio, para alcanzar una sociedad igualitaria, sin que existan guetos"
Por Melina Sofía
Banini
Con dos cafés de por medio y
un ventanal que mostraba la avenida Rivadavia, el encuentro se produjo en un
bar íntimo y descontracturado, cerca de la plaza Flores. En esa zona vivió gran
parte de su vida: una existencia llena de golpes que le sirvieron para ser lo
que es hoy, una luchadora.
Sonia Sánchez, símbolo de la
abolición contra la prostitución y la pobreza, nació y se crió en Villa Ángela,
provincia de Chaco. Hija de padres trabajadores y hermana de seis mujeres, se
vio obligada a viajar a Buenos Aires con tan sólo 16 años a probar suerte por
ser parte de una familia muy empobrecida.
Pero antes de hacerlo, se
enteró de que inscribían gente para la Escuela de Policías de Resistencia,
aunque no tenía dinero para viajar hasta allí. Por lo tanto, su padre la llevó
en bicicleta hasta la ruta y luego tuvo que hacer dedo para llegar a la capital
chaqueña. Pero todo el esfuerzo no sirvió: “Lo
más doloroso fue no entrar por medir tres centímetros menos de lo que exigían. La
realidad es que por tres centímetros fui puta”, afirmó.
Llegó a Buenos Aires y su
primer trabajo fue como empleada doméstica con cama adentro en Floresta. En sus
momentos libres se dedicaba a leer, y se dio cuenta de que lo que le pagaban
era muy poco, por lo tanto renunció. Fue firme en su decisión y alquiló la
habitación más económica de San Pedrito, pero el dinero para el hospedaje sólo
le duró 15 días. El dueño del hotel la echó sin siquiera poder retirar sus
cosas, por haberse retrasado un día en pagar la renta. Quedó, básicamente, con
lo que tenía puesto: un vestido y su cartera.
En Plaza Once comenzó la
Odisea
Fue a sentarse a la plaza
Flores pensando dónde podía ir. La gente pasaba y ella observaba hasta que
empezó a bajar el sol. No se le ocurrió más que caminar, hasta que llegó a
Plaza Once donde vivió cinco meses. Sostuvo que estaba despierta de noche y
dormía de día en el tren Sarmiento porque se sentía más protegida y, como si
fuese poco, que nadie le daba trabajo porque no tenía un domicilio legal.
Ese contexto logró que hoy
luche por una educación liberadora ya que siente impotencia de que nadie le haya enseñado a
golpear la puerta de la casa de su intendente para pedirle trabajo, porque la
educación logra que los humanos se sometan en vez de liberarse, que obedezcan. Se
indignó al pensar que nadie le había explicado qué es la prostitución, pero hoy
la define: “es una violación pública, aún en prostíbulos. Por eso la devuelvo
en forma de charlas y talleres, ya que la problemática no debe quedarse en
cuatro paredes”.
Sonia Sánchez relató que una
de las noches que pasó durante su estadía en la plaza Miserere, una mujer se
acercó y, charlando, le dio los elementos básicos para bañarse, incluso le
obsequió unas monedas para pagar el baño público. “Cuando me bañé y me cambié tampoco supe qué hacer y no se me ocurrió
más que preguntarle, pero su respuesta fue contundente: me dijo que no haga
nada porque los hombres lo harían todo”, sostuvo, y además, reflexionó: “Es el día de hoy que no recuerdo qué hice
ni qué me hicieron esa noche: no sé cuántas horas estuve con ese primer hombre
prostituyente, cuánto me pagó ni cuánto me lastimó”.
“Recuerdo
que al poco tiempo de comenzar a prostituirme, se detuvo un patrullero con
policías. Lo primero que pensé era lo previsto, pero me metieron presa. Sí, fui
a la cárcel 21 días por ser puta”, confesó. Esos “21 días en
la cárcel” se repitieron cientos de veces, hasta que se cansó en el momento en
el que le agarró una infección.
Detalló que le causó tanta
rabia ir tantas veces al calabozo que fue a comprar el diario y vio un anuncio
donde pedían camareras para trabajar en Río Gallegos. Sánchez se sintió
esperanzada creyendo que algo bueno estaba por llegar. Fue así que se tomó el
avión para cumplir su objetivo: dejar de ser una puta.
Mientras el sol se escondía,
el frío golpeaba la puerta y el viento se oía. Con la firmeza que caracteriza a
nuestra entrevistada militante, comentó que cuando llegó a Río Gallegos, un
hombre fue a buscarla y la llevó al bar donde debería trabajar. Pero, contó con tristeza que el trabajo no era ser
camarera, sino prostituta.
Fue inevitable la pregunta:
¿cómo era el lugar?, a lo que respondió que eran veinte mujeres flacas y bonitas y que todos los días pensaba en
salir, pero que no sabía cómo. Los juegos de la cabeza produjeron que no
pueda afirmar cómo salió de ese círculo terrorífico que vivió durante seis
meses, pero tiene la seguridad de admitir que pudo escaparse. Actualmente viaja
por el interior del país para involucrarse con las escuelas, contar su
testimonio y concientizar a las mentes jóvenes.
“Lucho por una Sociedad
igualitaria”
Políticamente, se inscribe
en la corriente Abolicionista de la práctica prostituyente. A diferencia de la A.M.M.A.R.
(Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina), este pensamiento tiene como
objetivo llevar a cabo la concientización masiva de la sociedad sobre la
abolición total de la prostitución.
Por el contrario, A.M.M.A.R.
proclama el derecho a legalizarse, sindicalizarse, incorporarse
tributariarmente, tener obra social, entre otros fines. Sonia demostró una
postura fuertemente marcada: “A.M.M.A.R.
me parece tan violenta como la prostitución. Lucho por una sociedad
igualitaria, inclusiva, no de ghettos.
¿Por qué tiene que haber una escuela de putas? ¿Por qué un centro de salud para
putas? ¿Qué diferencia tendrían que tener éstas con otras mujeres? Les tenés
que dar las herramientas para que se fortalezcan y tengan un autoestima alta.
Ahí está el negocio, aislándolas. Así piensan los gobiernos y es lo mismo
comparar esos roles como a los ricos y a los pobres. Un cuerpo prostituido da
mucha información”, manifestó.
Sonia Sánchez narró su vida
a fondo y, en un momento el eje se focalizó en la violencia sexual. En ella, la
agresión estuvo desde un principio y afirmó con impotencia que en la
prostitución no se puede decir que no. Relató que una vez, en Plaza Flores a
las dos de la tarde, fue un varón, le pagó y entraron en un hotel. Por única
vez, cuando se atrevió a decir que no a una práctica sexual violenta, éste
comenzó a golpearla. Al cabo de unos minutos, el encargado escuchó, llamó a la
policía y ésta arregló con el prostituyente. El hombre se fue tranquilo y a
ella la metieron presa.
Sostuvo que la prostitución
es supervivencia y una prohibición a la libertad y no dejó de mencionar la
crítica hacia la Iglesia. “Tengo cinco
abortos dentro de la prostitución, y siempre fueron en las cárceles”
afirmó. Y es por esto que también lucha por un aborto legal, seguro y gratuito.
Tiene un hijo llamado Axel producto del amor y la decisión fue tomada cuatro
años después de salir de la prostitución. Tanto sacrificio le devolvió, sin
dudas, el regalo de su vida, su hijo, mostrando una sonrisa eternamente sincera
cada vez que lo nombró.
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