Escritora y comunicadora, Samantha San Romé vuelve a abrirle las puertas
a Coemu para hablar de su última publicación, “Ojalá el tiempo no fuera una
prisión”, y de “Todo lo que nos pasa”, una obra que se presentará el jueves próximo.
O tal vez, una excusa para reflexionar por una amplitud de temas que van desde
el oficio de escribir, hasta la poesía y las redes sociales.
"La Plaza es nuestra". Foto: Aylen Galiotti
Por Santiago Giorello
Samantha trae
dos cafés en grandes vasos de cartón para iniciar un encuentro de una hora en
un bar lindante a la calle Corrientes. Posados sobre dos sillones, comienza una
entrevista sin guiones y con varias interrupciones: las voces ajenas, los
silencios, las demandas, los mozos.
La joven
chivilcoyana dice que cualquiera puede escribir, pero que como si fuera deporte,
se requiere practicarlo. Su última obra, Ojalá
el tiempo fuera una prisión (El ojo de Mármol), es uno de los temas a
abordar. De ahí, surgen disparadores como la ilusión, el desamor y la monogamia.
Pero también, esto de intervenir en los espacios públicos para romper el
concepto de que debe vivir “encerrado en su escritorio”, expresa.
¿Cómo es eso
de la literatura al aire libre?
En Chivilcoy formó parte de los
encuentros que venía realizando Juan Solá en varias partes del país. El
proyecto se llama La Plaza es Nuestra
y tiene que ver con apropiarnos de los espacios públicos y generar otros
lugares donde circulen los libros, las palabras y la escritura.
Retomo el concepto
del antropólogo Marc Augé, quien habla de los “no
lugares”, y creo que tiene que ver con eso. Los no lugares son espacios por los
que transitamos, donde apenas nos miramos y la palabra te da la posibilidad de
convertir el no lugar en un lugar. Cuando hay conversación, hacemos un lugar.
¿Qué te
sorprendió?
La gente que
después te dice: “Me hiciste escribir”. Por ahí alguien que pasa un ratito y después
se va, otros se comprometen hasta el final o van con niños que también escriben
porque lo ven como un juego. Además, es útil para pensar la relación del
escritor con la sociedad.
Y todo lo que
implica lo colectivo… escribir con otros me encanta. Con amigas nos juntamos y
lo hacemos, por más que cada una después agarre otro ritmo. Se llega a otro
mensaje distinto al que construirías sola.
¿Cuál fue el enfoque?
En la plaza trabajamos
sobre eje de la identidad chivilcoyana. Eso tiene algo de ritual compartido,
porque creo que escribir no es un don que tienen unos pocos y en soledad, sino
una habilidad que se entrena. Para nadie es imposible entrenar esa habilidad.
Sin negar la parte del oficio, que es un trabajo de lenguaje, de composición,
hay un conocimiento también. Es como hacer gimnasia, por ejemplo. Entonces, si
todos hubiésemos estado formados para hacer algún tipo de arte, habría más
artistas.
Foto: Victoria Di Renzo
En tu última obra parece que le hablas a alguien en particular...
Si, en Ojalá el tiempo no fuera una prisión hay
una segunda persona que me interesa como recurso literario. Es lo mágico que
tiene la poesía, construir algo que pudo o no haber sido real, pero permite
construir alguien a quien le hablamos.
La poesía es
la tentativa de apremiar a Dios para que hable, dice Howard Nemeroff. Me gusta
escribir desde ese lado, y desde pequeñas imágenes de lo cotidiano.
A veces entro
en un sin sentido, sospecho que hay alguien que se ríe de nosotros. Sobre todo
cuando hacemos hipótesis sobre el amor porque nuestras ideas son cambiantes. Cada
vez que nos enamoramos, sumamos un concepto sobre el amor, no es que se
reemplazan. Creo que cuando volvemos a amar, hay algo del primer amor y así, como
si fuera un círculo. Pero pienso que en los poemas de este libro el tema no es
el amor, sino la ilusión que implica el amor.
¿Cómo se puede pensar la monogamia en todo esto?
Pienso lo
obvio, que es cultural. Que no es natural. Capaz lo tuvimos que inventar para
organizarnos. Supongo que si desaprendemos un montón de cosas que naturalizamos,
estaríamos evolucionando y llegaríamos a lo más humano de todo. Nos querríamos
entre todos. El problema es creer que amar a alguien es tenerlo sólo para mí en
algunas cosas.
A veces llevo
cosas al extremo también como recurso. El amor pasional es más desesperado. Me
gusta usar esa desesperación para escribir y no usarla para amar. La escritura
me parece un acto desesperado, un nivel de conciencia al que se puede llegar
sólo con la palabra.
Foto: Aylen Galiotti
Lo que viene
El Jueves 7 de
diciembre Samantha San Romé presentará Todo
lo que nos Pasa (Hojas del Sur) en Plaza Güemes, al aire libre. Quedan un
par de preguntas, luego de interrumpir la entrevista para ir a un baño que se
ingresa con clave escrita en un ticket de consumo.
Hablábamos en otra ocasión del tema de las redes sociales, el amor y la
poesía. ¿Algo de esto vamos a encontrar en tu nuevo libro?
Si, una de las
líneas de relato es el chat de la protagonista con el ex novio. Es una ficción
que podría ser real, pero todo lo que sucede entre ellos dos, transcurre en ese
chat. Jakobson habla de la función emotiva del lenguaje. ¿Puede haber algo de
eso cuando chateamos? Es una de las preguntas implícitas del libro.
¿Cómo es la cocina del pensamiento que te lleva a la poesía?
La poesía es
una forma de mirar alrededor. Para mí es estar atenta todo el tiempo a que la
poesía está entre nosotros en todas partes. En la imagen más simple, en cómo
hace las cosas la gente, en las palabras sueltas, en las ideas que tenemos del
mundo. ¿Nunca fuiste al baño de un bar y encontraste algo que te traspasó? La
poesía es ese mensaje que llega al hueso, con el que sentís que se te revela
algo, que aprendés algo o que algo fue dicho tal cual. Eso puede pasar cuando
la escritura no es pretenciosa. Cuando no intenta definir nada. A veces el
escritor se pone pretencioso. Y por ejemplo, intenta definir la libertad sin
mostrarla. Y las palabras se gastan cuando son pretenciosas.
En la novela,
hay mucho del lenguaje poético. Sobre todo en la parte de los chats por una
cuestión de estructura. Quería hablar de este tema a través de la metáfora. Me
interesa que está sucediendo con las personas cuando se enganchan con el otro a
través del texto, pero no desde una mirada crítica con las tecnologías sino
desde el goce.
-------
Una moza
interrumpe la charla y anuncia que el lugar va a cerrar. La charla siguió en calle
Corrientes y desembocó en el Obelisco, como si Samantha supiera que el tiempo
fuera una prisión.
Publicar un comentario