Maia
Perduca es primera flauta en la Orquesta Sinfónica de Avellaneda desde 2012. Pasó
por otra en Estados Unidos cuando no sabía el idioma. La becó el Teatro Colón
para que viaje a Europa a perfeccionarse. Dejó cosas personales por hacer por
su carrera y no se arrepiente
por Eduardo Valeiras
En la semana el barrio de Balvanera es comparable con un hormiguero, pero de gente. Personas caminan de un lado a otro, locales comerciales abiertos que reciben compradores, colectivos devenidos a camiones en segunda fila descargando mercadería; todo eso sucede sobre las angostas calles y veredas del tradicional barrio porteño. La contaminación sonora desafinaría a cualquier oído.
Sin embargo los fines de semana el panorama cambia, el silencio se adueña del lugar y entre los edificios suena un instrumento. Y es que cuando tiene que practicar para alguna prueba suele estar hasta ocho horas tocando la flauta traversa. “En este edificio son muy buena onda y nunca me dijeron nada”, reconoce esta flautista que en la última prueba en el Teatro Colón finalizó tercera y no pudo ingresar a la orquesta.
Sin embargo, Maia Perduca ejecuta la flauta traversa en la Orquesta Sinfónica de Avellaneda desde 2012. Por el momento hacen sus prácticas en el Centro Cultural ubicado en el viejo Mercado de Abasto de Avellaneda, donde también funciona la Universidad Nacional Avellaneda, porque el Teatro Roma se encuentra en refacciones desde el año pasado.
Su aprendizaje comenzó en el Conservatorio Municipal de Pergamino cuando era pequeña y se recibió en el Conservatorio Nacional Carlos Buchardo. A los 17 años, fue parte de la Orquesta Juvenil de Rosario, la Orquesta Sinfónica Juvenil Libertador General San Martín, entre 2006 y 2007 viajaba a Mar del Plata regularmente para tocar con la Sinfónica local. Vivió dos años en Los Ángeles, Estados Unidos, donde fue primera flauta de una orquesta universitaria.
Empezó a los nueve años con la flauta, aunque ya transitaba en la música hacía un año con otro instrumento: “Al piano llegué porque es más fácil para empezar, después me cayó muy mal una profesora porque me exigía mucho y lo dejé”, recuerda con sonrisa algo que la marcó para, finalmente, decidir qué instrumento sería el que la acompañase hasta la actualidad. Pero por una cuestión de afinidad fue que se quedó con la flauta, y no por una decisión consciente. Sus padres la llevaron a profesor porque ella pidió “porque, como mi viejo es músico, siempre estuvimos rodeados de música pero no sabía qué instrumento tocar”.
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