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El Director Pablo Trapero incursiona en una obra masiva, y toma un caso de la vida real para interpelar los sentidos en la institución familia. Distanciado del nuevo cine argentino con producciones como El Bonaerense y Mundo Grúa, se instala con una película que pasará los límites nacionales.



Por Santiago Giorello

Más allá de la destacada actuación de Francella -sale del molde del humor y la picardía- y el despegue de Lanzani con relación al pibe Cris Morena, el caso de la familia Puccio encontró difusión en una producción cinematográfica de dos horas de duración. En ella se abordan los secuestros realizados a personajes de la alta gama argentina, por parte de una estructura familiar y policial cómplice.

El contexto de los años de fines de dictadura obliga a pensar los límites en las interpretaciones. Puccio, de tradición peronista, expresó en televisión que él era parte de una organización guerrillera de resistencia, y negó hasta morir los apremios cometidos.  "Un grupo de antipatriotas (1976) tomó el poder ilegalmente a un gobierno constitucional", indicó en una entrevista.

La teoría de los dos demonios no sólo niega el genocidio organizado con el aparato estatal, sino que plantea que en la última dictadura cívico militar eclesiástica, dos bandos en situaciones similares luchaban en un marco de guerra. En palabras del diario La Nación en la editorial de ayer: 

"La subversión no se detuvo ante nada, ni siquiera ante la reinstalación de Perón en la Casa Rosada como consecuencia de las elecciones de septiembre de 1973. Es más: los grupos armados multiplicaron su violencia, incluidos ataques a cuarteles y asesinatos de policías y civiles."

No sólo construye a la subversión como el mal provocado de la época, sino que equipara sus actos con el horror de los aparatos de poder. En este párrafo, el diario de Mitre lo expresa: 

"No es posible justificar los métodos aberrantes utilizados en la represión. Menos aún la desaparición de personas o la apropiación ilegal de menores. Tampoco es de ninguna manera aceptable justificar la violencia de los grupos terroristas con su secuela de asesinatos y destrucción de familias y daño moral. Provocaron más de 1000 muertes."
La película humaniza tanto a los ciudadanos de sectores de poder (el Rugby, la vestimenta y los cócteles funcionan en clave de distinción y clase), como a la misma familia Puccio, y se puede criticar por esa línea fina que roza la justificación de las acciones del aparato militar con aquellos sectores que buscaron frenar las violaciones a los derechos humanos a través de la lucha armada. 

A su vez, Puccio se muestra como el ejemplo del buen vecino, atento a los saludos diarios, protector de su vereda y visible en ámbitos públicos. Algo similar a las estrategias que utilizan los abogados defensores de responsables de las aberraciones de la dictadura, los cuales llevan a vecinos a testimoniar a los juicios: el acusado compraba el pan todos los días, era amigo del canillita, era una persona de bien. 

Alejandro Puccio, hijo mayor de Arquímedes

Lo privado es político

Sin embargo, la discusión puede abrir otras dos líneas a pensar: por un lado que es el mismo capitalismo, favorecido por el plan económico de los militares, quién genera condiciones de desigualdad para que se produzcan situaciones de violencia a través de acciones civiles, como en el caso de la película. 

Por otro, un planteo a cuestionar a las estructuras familiares machistas del siglo XX, marcadas por la imposición del varón a las reglas del hogar y con carácter trasclasista, con distintas violencias que llegaron al extremo, tal lo señalado en El Clan, el cual una familia vive normalmente en lo cotidiano con personas secuestradas en rincones de la casa. 

Son las hijas, hijos y la esposa quienes giran en torno a Arquímedes, el "sostén" de la familia que apela a lo emocional cuando justifica su accionar ante sus familiares. Es el varón quién indica cuando comer, cuando rezar, cuando dormir. Por eso resulta interesante observar el ajedrez del hogar y las decisiones de cada integrante ante situaciones de delito.

En conclusión, Trapero mantiene, a medias tintas, esa línea de crítica a las instituciones de control como en la realización de El Bonaerense (2002), Elefante Blanco (2012) y Carancho (2010); y al sistema penitenciario con Leonera (2008). Cuenta con la virtud de meter al espectador en el clima, y permite pensar lo ficcional como un elemento clave para generar el debate sobre la esfera de lo privado, que es político.

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