Amó el fútbol y a su vez el cine, el asado, el helado y el truco. Fue
estudioso y tuvo sentido del humor. Sacerdote y revolucionario. Es
paradójico, pero existen chances de ser un desquiciado en los tablones y
convertirse en asesor espiritual del primer equipo argentino campeón mundial.
Perteneció a la aristocracia y caminó una villa codo a codo con sus habitantes.
Tenía una vida ideal, pero eligió dar la vida por sus ideales. Se llamó Carlos
Mugica, historia de una pasión.
Por
Anabel Villar
El 7 de octubre de 1930, apenas
iniciada la "Década Infame", nació en el seno de una familia conservadora,
católica y de clase alta, Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe, el tercero de
siete hermanos. Su madre fue quien inculcó la fe cristiana en el hogar. Su
padre, Adolfo Mugica, era político. Cuando el peronismo irrumpió en la escena,
la familia de Barrio Norte lo rechazó.
Carlos tenía un buen porte, era rubio,
deportista y estudioso. Heredó de su padre la pasión por Racing y solía
utilizar 50 centavos del peso que le daba semanalmente para pagar la entrada y
dirigirse hacia Avellaneda a ver a La Academia. Su casa, ubicada en Arroyo al
800, cercana a la Iglesia del Socorro, donde la familia concurría.
Entonces no había descubierto su
vocación sacerdotal, pero años más tarde, diría acerca de su infancia : “Era
un muchacho piadoso y, a mi manera, feliz. (...) me acuerdo que un día
charlando con mi confesor, le dije: ‘Padre, hoy me siento un tipo feliz:
primero, porque hay una chica que creo me lleva el apunte; segundo, porque
Fangio acaba de ser campeón mundial y tercero, porque Racing va primero’. Esa
era toda mi problemática en aquella época. El padre Alejandro Aguirre se sonrió
y me dijo: ‘Mirá, yo creo que la felicidad depende de cosas más profundas…’;
después lo descubrí".
El presbítero Aguirre abrió una brecha
en la vida homogénea y carente de conflictos que poseía el egresado del
Nacional Buenos Aires. A los 20 años, cuando cursaba segundo año de Derecho,
Aguirre lo invitó a viajar a Roma con un grupo de sacerdotes por la celebración
del Año Santo; de allí el joven volvió con la idea de ingresar al Seminario.
- "Papá,
necesito hablar con vos urgente" -le dijo-. Le comunicó su
decisión de ser sacerdote.
- "No estoy para jodas", -respondió Adolfo-.
“Carlitos” ingresó con 21 años al
seminario de Villa Devoto, donde comprendió que los sacerdotes están llamados a
una vida austera y abierta al día a día de los humildes. Allí vivía, rezaba y
estudiaba tanto Filosofía como Teología, y los jueves contaba con el espacio de
recreación. Invertían ese tiempo en jugar al fútbol. Domingo Bresci, quien
compartió aquel período con él y años después también integró el Movimiento de
Sacerdotes por el Tercer Mundo (MSTM), recuerda que "Se destacaba por
ser peleador, atropellado, bravo. Era atacante y le gustaba meter el cuerpo. Lo
apodábamos 'bestia' porque jugaba como tal. Con el transcurso del tiempo vimos
que ese apodo era su modalidad de vida; era una bestia para jugar, para estudiar
y para rezar. Se metía a fondo en todo. Era un hombre con espíritu de entrega
total", afirmó.
Inicio en las villas
Aún como seminarista, comenzó a colaborar
pastoralmente con el padre Juan Iriarte, de la parroquia Santa Rosa de Lima, en
las misiones realizadas en los conventillos. La particularidad de Iriarte era
que no esperaba que los vecinos se acerquen al templo, sino que iba a
buscarlos. Juntos hablaban con la gente y comprendían que existían necesidades,
más allá de evangelizar a los humildes. Corría septiembre de 1955 cuando la
“Revolución Libertadora” derrocó el gobierno del general Juan Perón.
Mugica celebró aquel golpe
cívico-militar que, años más tarde, definiría como"el júbilo
orgiástico de la oligarquía por la caída de Perón". Este contexto
desencadenó en un momento que constituyó el punto de inflexión en su vida, más tarde
describiría dicha escena: "Tenía que atravesar un callejón medio a
oscuras y de pronto (…) vi escrito con tiza y en letras bien grandes: ‘Sin
Perón, no hay Patria ni Dios. Abajo los cuervos’. (...) En la casa encontré a
la gente aplastada, con tristeza. Era un
miembro de la Iglesia y ellos atribuían a la Iglesia parte de la
responsabilidad de la caída de Perón. Me sentí incómodo, aunque no me dijeron
nada. La gente humilde estaba de duelo. Y si ellos estaban de duelo, entonces yo
estaba descolocado: estaba en la vereda de enfrente”.
Por cuestiones de cercanía, el -ahora
sí- Padre Mugica comenzó a visitar el Barrio Comunicaciones, más conocido como
la Villa 31 ubicada en Retiro. Allí construyó la Capilla Cristo Obrero e inició
su trabajo por y para los más desposeídos. Los vecinos sabían que era de clase
alta, pero no importó porque dedicaba la totalidad de su tiempo a ayudarlos.
Era desordenado, pero hacía todo. Conocía actores, como Norman Briski, y los llevaba a la villa a hacer obras o talleres de
teatro para juntar fondos y comprar elementos necesarios para el barrio.
Si hablaba con un empresario que tenía puestos de trabajo disponibles, caminaba por
los pasillos con su megáfono, y anunciaba que había tantas vacantes para
trabajar en determinado lugar. Su origen le permitía relacionarse con la
burguesía, pero su corazón lo unía a los pobres. El tiempo que no pasaba en la
villa, transcurría haciendo cosas por ella. Sus días eran una militancia permanente, se encargaba de
cuestiones sociales y políticas, daba entrevistas, escribía, se reunía con
vecinos, daba clases y celebraba misa. Un “apasionado por la vida".
Sus amigos recuerdan que, algunos
domingos, llevaba a los chicos del barrio a la casa quinta que su familia tenía
en Guernica, donde comían y se divertían. Ricardo Capelli, un amigo, recuerda
aquellos momentos donde iban a la pileta de la casa y jugaban al fútbol: "No
sabía perder. Cuando jugábamos partidos con la gente de la villa, si perdía
miraba la hora y decía 'che, se hizo tarde, pero mañana lo seguimos eh'. Si iba
ganando cortaba el partido ahí".
Su concepción sobre el fútbol
"Yo soy fanático de Racing, me
gustaba ir a la cancha. Iba a la popular con Nico, el hijo de la cocinera. Compartíamos
las mismas cosas; éramos iguales, todos
lo éramos porque era la alegría simple del pueblo y nosotros estábamos allí. El
mundo de la burguesía, en cambio, es el mundo de las diferencias; está la
puerta de servicio y la entrada de “la gente”; una comida para el personal y
otra para los patrones. Con el fútbol me agarraba unas ronqueras bárbaras.”
El ya mencionado Ricardo Capelli,
hincha de San Lorenzo, tiene presente la pasión del sacerdote por La Academia: "He
conocido hinchas de Racing, pero Carlitos era un loco. Viajaba con la hinchada,
gozaba mucho los triunfos y así sufría las derrotas. Era un contrasentido que
fuera asesor espiritual de Racing, porque jamás podría ser un tipo para calmar.
Una vez me sobraba una entrada para la platea de San Lorenzo, jugábamos contra
Racing y le pedí que me acompañe. Vino y le dije 'no te hagas el gil porque la
ligamos eh'. Me dijo '¿Qué te pensás? ¿Que soy boludo?'. A los 15' hizo un gol
Racing. No solo lo gritó como loco, sino que se dio vuelta a gritarle a los plateístas.
No nos pasó nada porque la gente lo conocía y lo quería". Otro
recuerdo, en este caso por parte de Bresci, es que Carlos llevó al plantel de
Racing a jugar al Seminario. El religioso recuerda cómo se distinguía el
"Loco" Corbatta, a quien Mugica enseñó a leer y escribir.
Ser sacerdote no es sólo rezar
Entre sus actividades, daba clases en
la Universidad de El Salvador, era asesor en las Facultades de Economía y
Medicina de la UBA, y de la Acción Católica en el Colegio Nacional Buenos
Aires, donde entabló una relación con Mario Firmenich, Fernando Abal Medina y
Carlos Ramus. Los mencionados integraban la Juventud Estudiantil Católica y
viajaron en 1966, junto a Mugica y otros pares, a Santa Fe en el marco de los
campamentos solidarios de la Acción Misionera Argentina.
Allí observaron la explotación
padecida por los hacheros, y consideraron combatir de raíz los padecimientos de
los trabajadores. A partir de este grupo nació la organización Montoneros, con
la que en un principio Carlos estuvo de acuerdo al exponer que " El
Papa condena la revolución violenta, a no ser en caso de tiranía evidente y
prolongada que ponga en juego el bien de las personas y la comunidad". Más
tarde se alejaría por disidencias como la lucha armada. Argumentó: "soy
capaz de morir, pero no de matar".
En octubre de 1967 viajó a Europa,
donde visitó a Perón -exiliado en España-, presenció el Mayo Francés y
concurrió a la final de la Copa Intercontinental entre Racing y el Celtic de Escocia.
Luego de once meses y de adherirse al MSTM, retornó a la Argentina. Aquí los
religiosos estaban organizados y el 20 de diciembre se pararon frente a la Casa
Rosada para entregar un petitorio al presidente de facto donde se oponían al
plan de erradicación de las villas miseria
Con el retorno democrático, fue asesor
de villas (no rentado) del ministerio de Desarrollo Social que estaba a cargo
de José López Rega, quien pretendía llevar a cabo un programa de viviendas en
las villas, mediante concesión privada. En contraposición, los sacerdotes del
MSTM querían llevar a cabo un programa donde cada vecino construya su propia
casa, buscando la organización popular y la dignidad de trabajar por lo propio.
Mugica renunció al cargo por discrepancias y argumentó que “no hay
comunicación entre el Ministerio y los villeros”.
El sacerdote fue víctima de múltiples
amenazas y recurrió a autoridades eclesiásticas para saber si contaba con
protección institucional, a lo que sólo respondieron que rezarían por él. El 11
de mayo de 1974 celebró misa en la Iglesia San Francisco Solano de Villa Luro,
actividad que realizaba los sábados. Ricardo Capelli, junto a una amiga de
ambos, fueron a buscarlo para luego ir a un asado en la casa de un joven de la
villa. Salieron a las 19.40 bajo la lluvia, dispuestos a subir al Renault 4-L
de Mugica. Capelli iba por otra acera, cuando pudo divisar que Eduardo Almirón
(integrante de la Triple A, vinculado a López Rega) disparaba sobre el prelado
con una ametralladora y al instante recibió él cinco balazos.
"El que no es idealista, es un cadáver viviente"
Al cabo de unos minutos llegaron al
Hospital Salaberry y fueron atendidos por el doctor Marcelo Larcade. Mugica
recibió 14 disparos, en estado crítico y con plena conciencia, insistió al
médico para que atienda primero a su amigo. El médico obedeció, y cuando
procedió a operarlo alrededor del quirófano habían más de 200 personas, matones
que esperaban la confirmación de la muerte del religioso. Obtuvieron lo que
buscaban, Mugica ya no los “molestaría”. El hecho tuvo repercusiones a nivel
mundial. Algunos festejaban el deceso, pero el pueblo, sus queridos vecinos de
la Villa de Retiro, lo lloraron y extrañaron.
Tras 25 años en el
cementerio de Recoleta, el mártir de los pobres descansa en la paz de aquella
Parroquia Cristo Obrero que erigió en la Villa 31, donde sus oraciones rezaban
que: “Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y su Iglesia,
luchando junto a los pobres por su liberación. Si el Señor me concede el
privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su
disposición”.
Se entregó en cuerpo y alma
por sus ideales, porque llevó a la práctica hasta el último respiro, su
convicción católica, humana y militante. Siempre fiel a aquella propia
afirmación de “el que no es idealista es un cadáver viviente”.
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