Una joven venezolana, estudiante de Periodismo
en la Universidad Nacional de Avellaneda, reflexionó sobre la emigración y la integración
a una nueva sociedad
"Todo estaba muy deteriorado en mi país: la inseguridad, la escasez, la falta de empleo, lo difícil de ingresar a una universidad pública"
Por Gastón Lamberti
Keilyn Escobar Mirabal nació hace 27
años en la ciudad de Caracas, Venezuela. Desde hace poco menos de tres años,
vive en Buenos Aires. Es menuda, pero exhibe la tradicional belleza de la mujer
venezolana: de cabello y ojos oscuros y tez muy blanca. Su mirada es vivaz y su
hablar evoca la cadencia caribeña, pero sus respuestas evidencian una
inteligencia sagaz y una prudencia inesperadas para su juventud.
Empiezo por la pregunta que –supongo–, habrá sido el comienzo de cientos de diálogos que habrá mantenido con los
habitantes del país que eligió como anfitrión: “¿Por qué Argentina?”
“Me vine por la facilidad de los
papeles; porque también se podía estudiar gratis y porque vivía en otro país:
en El Salvador. Pero allí, los papeles no me salieron. Así que terminé en la Argentina, dado que tenía una hermana aquí hace un buen
tiempo”.
¿Y a qué se debió tu decisión de
abandonar tu suelo natal?
Me fui de mi país por la situación que
ya todos conocen. Esta crisis viene desde mucho antes de que Chávez muriera.
Todo estaba ya muy deteriorado: la inseguridad, la escasez, la falta de empleo,
lo difícil de ingresar a una universidad pública…
¿Y cómo te recibió la sociedad
argentina?
La sociedad en general me recibió
bien. No me puedo quejar, no me costó mucho relacionarme. Sólo una vez viví un
ataque de xenofobia, pero por lo demás, soy bien recibida a donde vaya.
La charla con Keilyn es fluida y no
rehúye ningún tema. Le pregunto si se refugió en sus connacionales o priorizó vincularse con la sociedad a la que ha elegido integrarse. “No me
relaciono con casi nadie de la gente que haya conocido en Venezuela, solo con
mi mejor amiga. Del resto, todas mis amistades son argentinas”.
Y reflexiona: “El venezolano tiene un
pequeño problema cuando se va: llega a otro país y la mayoría prefiere
juntarse con venezolanos, estar todo el tiempo juntos. Parecen una secta, no
veo que se integren con la gente del país donde viven en la actualidad. Me
parece demasiado rico mezclarse, integrarse con otras culturas, hay que nutrir
el cerebro con otras costumbres y vivencias de los países nuevos donde vivimos
actualmente, no vivir en una burbuja”.
¿Conservás lazos con tu patria? ¿Tenés
familia o amigos allá?
Sí conservo lazos con mi patria. Tengo
todavía familia allá, tengo amigos que no se han ido aún…Y en ese “aún” que deja flotando se
percibe la pena que nubla sus bellos ojos negros. “Aún”… es decir que tarde o
temprano se irán. Al menos, eso cree Keilyn.
Estoy interesado en saber cuán fuerte
es la nostalgia por el solar natal. “Sí siento nostalgia, y, más que todo,
dolor y tristeza. No es fácil saber que la tierra que lo vio crecer a uno, la
que me dio tantas alegrías, la que me dio vivencias, amistades, familia, ver
esa tierra que ya no es la misma pues me parte el corazón, verla destruida en
todo aspecto… Es un poco traumático. De por sí, no es fácil irse, pero más
difícil es irse obligado, porque no existe la opción de quedarse, y más aún
duele irse sabiendo que es muy probable que no podamos regresar pronto. Al
menos, no mientras el país esté en ruinas”.
“Pero entonces –le pregunto para
finalizar– ¿deseás regresar?”. Y su respuesta no abunda en las certezas:
“Espero regresar en algún momento, no sé si sea para vivir o de vacaciones, es
todo incierto”.
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